Rosa solía sacar a pasear a su caniche enano tres veces cada día. Vivía muy cerca del mar, y salvo que la climatología no se lo permitiera, recorría varios kilómetros en cada uno de los paseos. Era su principal actividad fuera de las tareas domésticas, cuando no tenía visita de sus nietos, desde hacía más de siete años, en que enviudó con cincuenta y tres años. Una repentina enfermedad se llevó prematuramente al que fue durante casi cuarenta años su novio, marido, amigo, compañero, confidente y pilar de su existencia.
Se había quedado sola, pero a pesar de ello jamás quiso ni oír hablar de vender su casa y mudarse a una más pequeña, pese a la insistencia de sus hijos y de las personas de su entorno. Era una planta baja con varias terrazas y jardín, y a pesar del trabajo que le suponía, siempre lo tenía todo reluciente y nunca había aceptado que entrase una asistenta, ni siquiera en ocasiones puntuales para ayudarla a limpiar lo más trabajoso, como el techo de la cocina y los baños, que estaban alicatados.
La viudez había dejado a Rosa sumida en un estado casi permanente de depresión. La dependencia casi absoluta que tenía de su marido supuso, aparte del vacío afectivo, que su nueva situación se le hiciese muy cuesta arriba. Nunca se había preocupado ni de abrir una carta del banco, por lo que empezar a “administrar” su vida le pareció en un principio una tarea imposible. Pero asumió que si no lo hacía, nadie lo haría por ella y, con el asesoramiento de Pablo y Cristina, sus hijos, tomó las riendas de todos los asuntos domésticos que tenía que atender, en un alarde de valentía en el que demostró, sobre todo a ella misma, que no iba a tirar la toalla.
Ríos y ríos de lágrimas lloró a lo largo de esos años.
Le costó Dios y ayuda darle la noticia a Pablo y Cristina. No sabía cómo se lo iban a tomar y temía encontrarse con el rechazo de ellos. Al fin se decidió, hizo de tripas corazón, aprovechó una de las muchas veces que coincidían en su casa, y entre avergonzada e ilusionada soltó el bombazo.
-Estoy saliendo con alguien.
Que sus hijos se lo tomaran bien entraba dentro de sus cálculos, pero se vio desbordada ante las francas muestras de apoyo recibidas. Se abrazó a ambos, tratando de justificar lo que no dejaba de ser absolutamente natural, pero sin poder dejar de sentir cierto sentimiento de culpa.
Hacía ya mucho tiempo que él había empezado a rondarla en sus interminables caminatas con Krefo, recibiendo siempre evasivas de Rosa. Pero llegó un día en que ella empezó a dejarse querer.
No es justo que nadie pase su existencia en soledad. Porque por mucho que la familia entre y salga con relativa frecuencia, el día a día era de absoluta soledad. Hoy Rosa tiene una ilusión añadida a la de ver crecer a sus nietos.
Se había quedado sola, pero a pesar de ello jamás quiso ni oír hablar de vender su casa y mudarse a una más pequeña, pese a la insistencia de sus hijos y de las personas de su entorno. Era una planta baja con varias terrazas y jardín, y a pesar del trabajo que le suponía, siempre lo tenía todo reluciente y nunca había aceptado que entrase una asistenta, ni siquiera en ocasiones puntuales para ayudarla a limpiar lo más trabajoso, como el techo de la cocina y los baños, que estaban alicatados.
La viudez había dejado a Rosa sumida en un estado casi permanente de depresión. La dependencia casi absoluta que tenía de su marido supuso, aparte del vacío afectivo, que su nueva situación se le hiciese muy cuesta arriba. Nunca se había preocupado ni de abrir una carta del banco, por lo que empezar a “administrar” su vida le pareció en un principio una tarea imposible. Pero asumió que si no lo hacía, nadie lo haría por ella y, con el asesoramiento de Pablo y Cristina, sus hijos, tomó las riendas de todos los asuntos domésticos que tenía que atender, en un alarde de valentía en el que demostró, sobre todo a ella misma, que no iba a tirar la toalla.
Ríos y ríos de lágrimas lloró a lo largo de esos años.
Le costó Dios y ayuda darle la noticia a Pablo y Cristina. No sabía cómo se lo iban a tomar y temía encontrarse con el rechazo de ellos. Al fin se decidió, hizo de tripas corazón, aprovechó una de las muchas veces que coincidían en su casa, y entre avergonzada e ilusionada soltó el bombazo.
-Estoy saliendo con alguien.
Que sus hijos se lo tomaran bien entraba dentro de sus cálculos, pero se vio desbordada ante las francas muestras de apoyo recibidas. Se abrazó a ambos, tratando de justificar lo que no dejaba de ser absolutamente natural, pero sin poder dejar de sentir cierto sentimiento de culpa.
Hacía ya mucho tiempo que él había empezado a rondarla en sus interminables caminatas con Krefo, recibiendo siempre evasivas de Rosa. Pero llegó un día en que ella empezó a dejarse querer.
No es justo que nadie pase su existencia en soledad. Porque por mucho que la familia entre y salga con relativa frecuencia, el día a día era de absoluta soledad. Hoy Rosa tiene una ilusión añadida a la de ver crecer a sus nietos.
3 comentarios:
¡¡Precioso!! ¡¡¡Genial!!!
Me ha encantado, y más sabiendo la historia. Muy muy bonito, de verdad.
Besotessssssssssss
Una historia conmovedora. Y parece que real ¿no?
Felicidades a la dama..Y felicidades a la "madurez" demostrada por sus hijos.
En mi trabajo veo a menudo muestras de egoismo de los hijos hacia sus padres, a los que de manera mas o menos evidente niegan la posibilidad de reiniciar su vida afectiva con un nuevo compañero...
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