miércoles, 21 de marzo de 2007

Salvador de Bahía

Sonando


Estoy pasando unos días en Salvador de Bahía, Brasil, concretamente dos semanas. Es la quinta vez que vengo en dos años para visitar a la familia de mi mujer. Esto tiene una explicación, ya sé que los pasajes de avión intercontinentales están por las nubes; es que Joelma trabaja en la compañía con la que volamos, y nos sale a un precio... digamos que muuuy barato.

Un paréntesis para explicar que lo de Salvador "de Bahia" a los nativos les parece absurdo, es como si se dijese Recife de Pernambuco. Supongo que se empezó a generalizar cuando emergió con fuerza como destino turístico, para no confundir al cliente de agencias de viaje con El Salvador.

Es la primera vez que no venimos solos. Esta vez somos tres, y la pequeñaja se ha acostumbrado a los horarios y al calor sin ningún esfuerzo aparente. No en vano es 50% brasileña, y su padre adora el veranito y el calor. Por cierto, Marina está resultando una auténtica vedette, causa sensación por allí por donde pasa. Ahora recuerdo que debería actualizar su álbum...

Cada vez me gusta más venir, cada vez me siento más integrado y cada vez voy teniendo más claro que este es un lugar ideal como retiro. Por muchos motivos. Por el clima, por los precios, pero sobre todo por el estilo de vida del brasileño, concretamente del bahiano, el natural del estado de Bahía, único estado que de momento conozco. Un estilo de vida similar al caribeño, una forma de entender la vida, más bien. Una filosofía de la vida bien distinta a lo que estamos acostumbrados en el "primer mundo". A propósito de primer y tercer mundo, tendría mucho que decir; ya me he llevado agradables sorpresas al ver que la burocracia funciona muy bien. Hay varias sedes en la ciudad en las que es posible resolver prácticamente cualquier asunto relacionado con la administración, local, estatal o federal, sin salir del edificio. Puedes renovar el pasaporte en una dependencia de la Policía Federal y pagar el recibo del agua en la oficina de enfrente. Práctico a más no poder.

Un par de ejemplos de cómo es por aquí la gente: ayer conduciendo el coche de mis cuñados me metí sin querer en sentido contrario en una calle, en pleno centro de la ciudad (no es ni mucho menos una ciudad pequeña, casi tres millones de habitantes, la tercera de Brasil). Me encontré un autobús de frente y un coche saliendo de un garaje. Pues esperaron pacientemente a que reculara y me reincorporara correctamente, para lo que también colaboraron los conductores que ya usaban la vía a la que que yo pretendía
incorporarme. En parte debe ser por la anarquía que tienen a la hora de conducir, que tienes que echarle un par para coger el volante, sobre todo a según qué horas. Pero a pesar de ello no oyes ni un claxon sonar en el peor de los atascos.

Otro caso: Joelma fue al registro civil central para dar inicio a los trámites necesarios para que Marina obtenga la doble nacionalidad. Llegó fuera de horario de atención al público, pero aún así la atendió personalmente la jefa del servicio. Sin prisa, charlando amistosamente. Antes de marcharse, la señora le propuso intercambiar sus respectivas direcciones de correo electrónico, y le insistió en que se pusiera en contacto con ella para cualquier cosa que pudiera necesitar. Como en España. Igualito.

Y que nadie se engañe, que esa forma de ser no es obstáculo para que el día a día sea tan frenético como en cualquier otra ciudad. Las principales vías comerciales estén a rebosar de gente a las siete de la mañana. Hacen horario intensivo y cierran a media tarde, pero como contrapartida disponen de varias grandes superficies que funcionan las veinticuatro horas. El otro día estaba comprando un colchón a las dos de la madrugada, después de cenar en casa de unos amigos.

Como dato curioso, Salvador es la ciudad más negra del mundo fuera de África, así que aquí resulto de lo más exótico. Pero no termino de acostumbrarme a que algunas mulatas me miren con curiosidad. Porque supongo que es por curiosidad.